Restaurado a su antiguo esplendor, el Palacio Alejandro volverá a abrir sus puertas en 2020


Construido para el nieto de Catalina la Grande, fue la última residencia del zar Nicolás II y el único palacio ruso que no fue destruido por los nazis.

Restaurado a su antiguo esplendor, el Palacio Alejandro volverá a abrir sus puertas en 2020

Construido para el nieto de Catalina la Grande, fue la última residencia del zar Nicolás II y el único palacio ruso que no fue destruido por los nazis.

Rusia anunció que el Palacio Alejandro abrirá oficialmente al público el 18 de agosto de 2020 después de un período de profundas restauraciones en la histórica residencia de los zares rusos. El palacio, la última casa del zar Nicolás II antes de que él y su familia fueran ejecutados por los bolcheviques en 1918, abrirá sus puertas después de renovaciones por unos 2.000 millones de rublos (28 millones de euros), realizaron principalmente en suelos, tapices y techos.

El palacio, considerado una de las mejores obras del arquitecto italiano Giacomo Quarenghi, fue construido a finales del siglo XVIII para el futuro emperador Alejandro I, el nieto de Catalina la Grande, y se convirtió en la residencia permanente del último zar ruso en 1905. Ubicado en las afueras de la antigua capital imperial de San Petersburgo, ha sido renovado desde 2012 y estuvo completamente cerrado al público tres años después.

Las primeras ocho salas volverán a abrir después de la renovación en agosto, anunció el Museo Estatal Tsarskoe Selo, que supervisa el vasto edificio neoclásico. Las primeras instalaciones que se abrirán a los visitantes incluyen las salas del emperador y la emperatriz, incluido el tocador de color de malva, la habitación favorita de Alejandra Feodorovna, última zarina de Rusia (1872-1918) y la cámara de baño del zar diseñada en estilo morisco. «El Palacio de Alejandro es un lugar especial», dijo Olga Taratynova, directora del Museo Tsarskoe Selo. «Fue construido para la vida privada de la familia imperial, que estaba muy bien guardado».

El palacio se encuentra en San Petersburgo, fundada por Pedro el Grande en 1703, que fue la capital de Rusia entre 1712 y 1918. Los emperadores de la dinastía Romanov vivían en esta grandiosa ciudad, geográficamente cercana a Europa, y desde aquí gobernaban el país. La ciudad se construyó en un momento en el que Rusia se acabó por transformar en una potencia europea. La ciudad se convirtió en un símbolo del cambio y del giro de Rusia hacia la cultura occidental.

“San Petersburgo, una de las ciudades más bellas del mundo, debe su excelencia arquitectónica no solo a los arquitectos rusos sino también a los franceses e italianos. Crearon obras maestras completamente intrínsecas a San Petersburgo y se quedaron aquí por el resto de sus vidas”, explica la filóloga Irina Arnold en su ensayo Identidad del pueblo de San Petersburgo.

A diferencia de otros palacios, el Palacio de Alejandro no fue destruido por los invasores nazis durante la Segunda Guerra Mundial y albergó el comando militar y una prisión, mientras el patio fue utilizado como cementerio para los soldados de las SS. Fue desde esta residencia que el zar Nicolás II y su familia fueron enviados al exilio a Tobolsk en Siberia en agosto de 1917. Posteriormente, la familia fue trasladada a Ekaterimburgo, donde fueron ejecutados, junto con sus criados y el médico, en julio de 1918.

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