Moscú exhibe los tesoros diseñados por Carl Fabergé para los Romanov


El Museo de Nueva Jerusalén abrirá las puertas de una muestra especialmente dedicada al «joyero de los zares» y sus famosos «huevos imperiales». Esta es su historia. Famoso por los “huevos de Pascua” que se convirtieron en un ícono de la opulencia zarista, la obra del joyero Carl Fabergé va mucho más allá y así…

Moscú exhibe los tesoros diseñados por Carl Fabergé para los Romanov

El Museo de Nueva Jerusalén abrirá las puertas de una muestra especialmente dedicada al «joyero de los zares» y sus famosos «huevos imperiales». Esta es su historia.

Famoso por los “huevos de Pascua” que se convirtieron en un ícono de la opulencia zarista, la obra del joyero Carl Fabergé va mucho más allá y así lo muestra una exposición en el Museo Nueva Jerusalén de Moscú, que podría verse hasta el 24 de marzo. Entre las joyas que Fabergé hizo para la familia imperial de Rusia la exposición destaca el huevo que conmemora el décimo aniversario de boda de Nicolás II y su esposa, en 1904, hecho de oro, diamantes, esmalte de colores, terciopelo y marfil. También el que fue el último encargo, en 1917.

«Éste es el último huevo que se hizo para la familia Imperial (Romanov). El huevo es único porque es muy sencillo. Se hizo de manera muy simple, ya que se vivían tiempos difíciles en el país», cuenta Arina Gundrova, empleada del Museo de Nueva Jerusalén.Otra joya que puede verse en la exposición es el “Imperial Blue Tsarevich”, creado en 1917, de oro, diamantes, cristal de roca, vidrio y jade, y que representa la constelación que estaba en el cielo cuando nació el zarévich Alexis Nicolaievich, el hijo del zar Nicolás II.

Vasily Kuznetsov, gerente del Museo de Nueva Jerusalén, es consciente de los riesgos de montar una exhibición así, con obras tan valiosas: «Por supuesto, la seguridad es de alto nivel: un sistema de alarma, vidrios especiales, guardas adicionales. Todo lo que sucede en la sala de exposición está bajo vigilancia», explicó a Euronews.

La Casa Fabergé está íntimamente ligada a la familia Romanov. Gustav Faberge se trasladó de Estonia a San Petersburgo para aprender el oficio de orfebre. Trabajó durante un tiempo con Andreas Spiegel y más tarde con Keibel, célebre orfebre y joyero de los zares.

En 1842 terminado su etapa de formación Gustav se cambió el apellido por Fabergé, considerando que le daba más estilo. Estaba casado con Charlotte Jungste cuando abrió una tienda en Bolshaya Morskaya, la calle más comercial de San Petersburgo y en 1846 nació su primer hijo, el futuro joyero de imperial, Peter Carl Fabergé.

Cuando cumplió los 28 años Peter hizo una gira por Europa y aprendió técnicas de joyería en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra. A su regreso a San Petersburgo, la Casa Fabergé comenzó a restaurar piezas de arte de las colecciones del Hermitage.

A partir de 1882, Peter Carl tomó la dirección de la firma. Se convirtió en un destacado profesional por sus trabajos con piedras preciosas y semipreciosas engarzadas, y metales en los que intercalaba las influencias de distintos estilos como el oriental, el ruso antiguo o el barroco.

Ese mismo año participó con algunos diseños propios en la Exposición Panrusa de Moscú donde obtuvo la medalla de oro. Esto llamó la atención del zar Alejandro III quien para la Pascua del año siguiente le encargó la realización de un huevo para obsequiar a su esposa, María Feodorovna. El diseño consistió en un huevo con cáscara de platino que contenía dentro, uno más pequeño de oro que al abrirse, descubría una diminuta gallina de oro.

El regalo fue tan elogiado por la zarina que a partir de entonces Alejandro III encargó a Fabergé cada Pascua un nuevo huevo. Una costumbre que existía en Europa desde el siglo XVI. Se regala como símbolo y deseo de larga vida. Su forma ovoidal representa la eternidad. Además el huevo significa el ciclo de la vida y su frágil cascarón recuerda la fragilidad de la misma.

La preparación de huevos fue una tradición y también un antiguo oficio en Rusia mucho antes de la elaboración de los huevos de Fabergé, aunque fue Fabergé quien llevó esta artesanía a un nivel superior de belleza y refinamiento.

Al morir Alejandro III, su hijo y sucesor Nicolás II continuó con la tradición. Cada Domingo de Pascua obsequiaba a su madre y a su esposa con uno de aquellos objetos de arte de Fabergé. En el más absoluto secretismo, el joyero construyó huevos que en su interior siempre contenían una extraordinaria sorpresa: miniaturas de pájaros, coronas reales, retratos de la familia del zar, cajas de música, portarretratos, juguetes, maquetas desarmables, relojes o naves imperiales… que se mantenían a la espera, en el corazón de las piezas preciosas, algunas activadas incluso de forma automática.

Para su fabricación utilizó técnicas como el grabado “guilloché”, con el que reproducía figuras repetitivas, combinado con metales y piedras preciosas, como el jaspe, cristal de roca, ágata, o jaspe, que imitaban los colores de la naturaleza simulando flores y plantas, insectos, pájaros o ranas interpretados al estilo Art Nouveau, predominante en aquella época. Fabergé logró pequeñas obras de arte que reproducían al máximo los detalles.

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Fabergé llegó a ser nombrado orfebre y joyero de la corte imperial rusa y de otras monarquías europeas. Su joyería se convirtió en la mayor de Rusia con 500 empleados distribuidos en todas sus filiales: San Petersburgo, Moscú, Odessa, Kiev y Londres.

Entre 1882 y 1917 produjeron unos 150.000 objetos de arte. Pero la Revolución acabó con la firma. La joyería fue tomada por los bolcheviques en 1917 y se cerró en noviembre de 1918. Peter Carl escapó de Rusia con el apoyo de la embajada británica a través de Finlandia, Letonia y Alemania, hasta Suiza donde murió en septiembre de 1920.

Actualmente, de los 50 huevos imperiales de Fabergé, sólo se conoce el paradero de 42. Según el registro facilitado por la firma: 9 se encuentran en el Museo de la Armería del Kremlin, 10 en la colección particular del ruso Víctor Vekselberg, quien compró estos objetos y una colección de 180 joyas Fabergé a la familia Forbes; 5 en el Museo de arte del Estado de Virginia en Estados Unidos; 3 en la colección de la reina Isabel de Inglaterra; 1 en la colección del Príncipe Alberto de Mónaco; 3 en el Museo de Nueva Orleans y 6 repartidos en museos de Suiza, Washington, Baltimore, Cleveland y Catar. El resto, pertenecen a colecciones privadas. Entre todos valen cientos de millones, y en 2007, uno se vendió por la cifra récord de 18 millones y medio de dólares, 16 millones de euros. (S.C./D.S.)

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