Gustavo Adolfo y Luisa de Suecia: la boda real del siglo XX que surgió de un tratado diplomático


Ella había nacido princesa alemana pero ahora era una “lady” británica: el romance sumió al gobierno en la confusión. ¿Se trataba de un matrimonio dinástico o morganático?

Gustavo Adolfo y Luisa de Suecia: la boda real del siglo XX que surgió de un tratado diplomático

El rey Gustavo VI Adolfo y la reina Luisa de Suecia estaban definitivamente enamorados cuando se casaron el 3 de noviembre de 1923, hace 100 años. Su amor se extendió a lo largo de más de cuarenta años, hasta que ella falleció, cuando ya eran ancianos. Sin embargo, curiosamente, ese romance empezó de manera muy formal, mediante un tratado diplomático firmado en octubre de aquel año.

Gustavo Adolfo, por entonces príncipe heredero, viajó a Londres en 1923 para visitar a los familiares de su difunta esposa, la princesa Margarita de Connaught. La princesa era nieta de la reina Victoria y prima del rey Jorge V y había muerto en 1920, tras haber tenido cuatro hijos. Era tan popular que el primer ministro anunció su muerte diciendo que sol se había puesto sobre el Palacio de Estocolmo.

En aquel viaje Gustavo Adolfo, un hombre joven e intelectual, conoció a una prima de su esposa, lady Luisa Mountbatten y le pidió matrimonio. Luisa se había enamorado del príncipe Cristóbal de Grecia, pero sus padres se oponían a la idea porque era su familia era bastante «pobre». Lord y Lady Mountbatten querían que su hija se casara con un rey, pero ella dijo que jamás haría tal cosa. De hecho, había la propuesta matrimonial del rey Manuel II de Portugal.

Aunque era una “lady” de la nobleza británica, Luisa tenía sangre real: era hija de los príncipes de Battenberg (que adoptaron el apellido Mountbatten para ingresar en la nobleza británica en 1917), descendía de la casa real alemana de Württenberg y era de facto miembro de la familia real británica por ser bisnieta de la reina Victoria. Lady Luisa había nacido como la princesa Luise Alexandra Marie Irene de Battenberg en 1889 en Alemania, pero creció en Inglaterra, al cuidado de la reina Victoria.

Los padres de Luisa gozaban de prestigio en el Reino Unido: el padre era el príncipe Luis de Battenberg que en 1917 renunció a sus títulos alemanes para convertirse, por gracia de su querido primo Jorge V, en un noble, con el título de primer marqués de Milford-Haven. Su madre, la princesa Victoria de Hesse-Darmstadt, ahora era conocida como la marquesa viuda.

Pero aunque había nacido como la princesa Luisa de Battenberg en 1889, ya no era una “princesa real”. La “Ley de Sucesión” sueca estipulaba que si un príncipe sueco se casaba con o sin el conocimiento y consentimiento del rey con una plebeya sueca o la hija de un plebeyo extranjero perdía su derecho a la Corona.

Al hacerse público el compromiso se inició en Suecia un debate público sobre si Lady Luisa Mountbatten era constitucionalmente elegible para convertirse en la futura reina de Suecia. El asunto escaló hasta que el Ministerio de Relaciones Exteriores sueco declaró que el padre de la novia “no pertenecía a una familia soberana o a una familia que, de acuerdo a la práctica internacional, no sería igual a la otra”.

El gobierno sueco, confundido ante la situación de que Luisa había nacido princesa pero ya no lo era, el gobierno sueco reclamó oficialmente una explicación al gobierno británico sobre la “posición de Lady Luisa Mountbatten”. Posteriormente, el ministerio sueco anunció que tras investigaciones de determinó que el compromiso estaba en cumplimiento de las leyes de sucesión.

El gobierno sueco tuvo la última palabra: “Con el apoyo de la respuesta del gobierno británico a esta petición y de la investigación del caso que se presentó, los miembros del Gobierno han determinado que la elección de su futuro cónyuge por parte de Su Alteza Real el Príncipe Heredero se ajusta al orden de sucesión. Con este anuncio se da por concluida la discusión sobre si el orden de sucesión plantea algún obstáculo al inminente compromiso del Príncipe Heredero”.

Finalmente, el 27 de octubre de 1923 representantes diplomáticos británicos y suecos firmaron el denominado “Tratado entre Gran Bretaña y Suecia para el matrimonio de Lady Louise Mountbatten con Su Alteza Real el Príncipe Gustavo Adolfo, Príncipe Heredero de Suecia”, arreglando finalmente el matrimonio entre los dos enamorados.

El tratado estipulaba que el matrimonio del príncipe heredero sueco se celebraría en Londres debidamente legalizado, que los arreglos financieros de la pareja se expresarían en un contrato matrimonial y que las ratificaciones de los dos países se intercambiarían en Estocolmo. La boda se celebró en el palacio real de St. James, con la familia real británica como invitada.

Lady Luisa se convirtió en la princesa heredera de Suecia y tuvo el mérito de volver a hacer feliz a Gustavo Adolfo nuevamente. A la vez se convirtió en la madrastra de los cinco niños que su prima Margarita había dejado huérfanos: Gustavo Adolfo (padre del actual rey de Suecia), Sigvard, Ingrid, Bertil y Carlos Juan, que la llamaban “Tía Luisa” por pedido suyo. Ella nunca tuvo hijos propios: quedó embarazada en 1925, pero dio a luz a una niña que nació muerta.

La reina Luisa participó activamente en las condiciones laborales de las enfermeras. Durante la Guerra de Invierno de Finlandia, abrió un orfanato para niños finlandeses de la guerra en el castillo de Ulriksdal. Se la describe como una demócrata convencida y una persona con orientación práctica. En 1950 se convirtió en reina y le molestaba la atención que recibía únicamente en función de ese cargo: “Me resulta difícil ser simplemente mecenas de varias instituciones, yo que antes de casarme estaba acostumbrada a mi propio trabajo práctico, como una persona común y corriente”.

Por otro lado, Luisa detestaba el rígido ceremonial de la corte de la época, que en 1950 todavía seguía las reglas de principios del siglo. Pero se hizo muy popular entre los ciudadanos suecos por su carácter sencillo y su sentido del humor. Tenía ciertas costumbres excéntricas, como llevar a sus perros escondidos en su ropa cuando viajaba al extranjero, lo que provocaba problemas en el aeropuerto.

Ella misma decía que era vivaz y que le faltaba paciencia y autocontrol, razón por la cual su paciente marido le decía a veces: “Ahora vamos a tranquilizarnos, Luisa”. Como muy nerviosa, y atravesaba las calles con descuido, una vez estuvo a punto de ser atropellada por un autobús en Londres. Ella misma decía que llevaba en su bolso de mano una tarjeta con la leyenda «Soy la reina de Suecia», para que en el caso de tener un accidente supieran quién era.

En 1964, la salud de la reina se deterioró y cayó enferma después de la gala del Premio Nobel en diciembre, que fue su última aparición pública. El 7 de marzo de 1965 murió en Estocolmo y fue sepultada en el cementerio real de Haga, junto a la tumba de la primera esposa de su marido. Fue la última reina de “sangre azul” que tuvo Suecia.

Aunque nadie lo dijo públicamente que el sol se había vuelto a poner en el palacio de Estocolmo, la tristeza acompañó al viejo rey el resto de su vida. En una carta a una nieta, dos semanas después, escribió que su dolor por la pérdida de Luisa era “infinitamente profundo”.

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