El triste destino de Helena, María y Sofía, las hermanas de la emperatriz «Sissi»


Los Wittlesbach fueron, durante muchos siglos, una de las dinastía más antiguas, poderosas y ricas de Europa. Sin embargo, en sus últimos tiempo antes de su caída, en 1918, se hicieron famosos por sus tragedias y sus locuras. Una de sus más grandes integrantes fue la emperatriz Isabel de Austria -«Sissi» para la familia-, víctima…

El triste destino de Helena, María y Sofía, las hermanas de la emperatriz «Sissi»

Los Wittlesbach fueron, durante muchos siglos, una de las dinastía más antiguas, poderosas y ricas de Europa. Sin embargo, en sus últimos tiempo antes de su caída, en 1918, se hicieron famosos por sus tragedias y sus locuras. Una de sus más grandes integrantes fue la emperatriz Isabel de Austria -«Sissi» para la familia-, víctima de la melancolía y la desgracia familiar en cuyas garras también cayeron sus hermanas. Estas son sus historias.

El rey Maximiliano I de Baviera autorizó el matrimonio de su hija, la princesa Ludovica, con el duque Maximiliano, miembro de la misma dinastía. De esta unión nacieron ocho hijos, de los cuales cuatro fueron mujeres: Helena («Nené»), Isabel («Sissi»), María Sofía, Matilde («Spatz») y Sofía Carlota. Las niñas crecieron en el campo, con costumbres sencillas, en los bosques que rodeaban el castillo de Possenhoffen, y usualmente lejos de la fulgurosa corte de Múnich. Pese a la diferencia de edad que la separaba, las cinco hijas de Ludovica crecieron muy unidas, pero su felicidad fue corta.

ISABEL LE ROBA EL NOVIO A HELENA

helena 1

La mayor de las hijas, la duquesa Helena, o «Nené» (1834-1890) estaba destinada a ocupar el trono más poderoso de Europa: el de Austria. Su tía materna, Sofía de Baviera, era la madre del emperador Francisco José de Habsburgo y puso su mirada en su sobrina como la futura emperatriz. El joven monarca tenía 23 años y muchas ganas de liberarse de la influyente y poderosa mano de su madre, por lo que no se sentía muy convencido de aceptar a la novia que la habían impuesto, que además era su prima.

En 1853, se organizó una reunión familiar en Ischl, la residencia de verano de la familia imperial, con la idea de que los jóvenes se conocieran y sellaran su matrimonio, pero Francisco José quedó encandilado con la belleza de su otra prima, la duquesa «Sissi». El emperador hizo valer su posición y le pidió matrimonio a Isabel, contra los berrinches de su madre. La archiduquesa Sofía nunca le perdonó a Sissi su intromisión.

Helena quedó soltera y sin la corona, convencida de que su hermana menor la había traicionado. Unos años más tarde, ante el peligro de que permaneciera como una solterona deprimente, en 1858 se celebró su boda con el riquísimo príncipe alemán Maximilian von Thur und Taxis, con quien tuvo cuatro hijos (Luisa Matilde, Isabel María, Maximiliano y Alberto).

Cuando parecía que había encontrado la estabilidad y tranquilidad familiar, Helena enviudó. Maxiiliano había muerto a causa de una extraña enfermedad nerviosa que no se le llegó a diagnosticar a tiempo. Su viuda, desesperada, comenzó a sufrir una serie de crisis depresivas que se agravaron cuando, en 1881, su hija Isabel María falleció a los veintinún años a consecuencia del parto de su tercer hijo. Al morir su hijo Maximiliano, cuatro años después, Helena colapsó y perdió la razón.

LA ÚLTIMA REINA DE NÁPOLES

maria sofia

La siguiente hermana era la duquesa María Sofía (1841-1925), que llegó a ser, por su matrimonio con Francesco II de Borbón, la última consorte de Nápoles. La boda se celebró en 1859, pero los recién casados nunca se llevaron bien y tardaron muchos años en consumar el matrimonio.

Al perder su trono, refugiándose en el palacio Farnesio bajo la protección del papa, María Sofía mantuvo una relación fastidiosa con el conde belga Armand de Lawayss, un oficial del que quedó embarazada. Dada su posición y la moral de la época, la reina trató por todos los medios de ocultar su embarazo, pero tuvo que recurrir finalmente a su familia bávara para encontrar una solución.

Allí, en el castillo de Possenhofen, se organizó un consejo de familia en el que se decidió que el fruto de ese embarazo sería apartado de la familia para evitar así el gran escándalo que provocaría la infidelidad a su marido y que traería al mundo un hijo bastardo. En 1862, la reina María Sofía dio a luz en un convento de Augsburgo a una niña que fue dada a la familia Lawayss. La promesa de que jamás en su vida vería a su hija le provocó una depresión profunda que la acompañó (y se fue agravando) durante el resto de su vida.

EL HORRIBLE FINAL DE SOFÍA

sofia carlota 2

El 27 de enero de 1867, se celebró en Múnich el compromiso de la hija menor de Ludovika, la duquesa Sofía Carlota (1847-1897), nada más y nada menos que con su primo, el rey Luis II de Baviera. La boda se planeó para el 12 de octubre del mismo año, pero para cuando ya estaba casi todo preparado para la gran ceremonia (entre ellos, la construcción de un carruaje real y la acuñación de monedas conmemorativas) de repente, sorprendentemente, Luis II canceló los planes apenas dos días antes.

Ante el estupor general, el desencanto de Sofía y la indignación de la familia de Ludovika, Luis II jamás volvió a pensar en casarse y nadie supo bien por qué. Un año más tarde, Sofía Carlota se casó con el príncipe Ferdinand de Orleáns, duque de Alençon y nieto del rey Luis Felipe de Francia. No se trataba, por supuesto, de un matrimonio por amor. Por el contrario, el compromiso fue acelerado por los padres de la duquesa, según se cuenta, porque ella había iniciado un romance con un fotógrafo llamado Edgar Hansftaengl.

sofia carlota 3

Los recién casados se instalaron en Londres, donde la familia real francesa vivía bajo la protección de la reina Victoria de Inglaterra. La flamante duquesa de Alençon comenzó a ser víctima de frecuentes períodos depresivos que se fueron agravando con el pasar de los años. Tuvo dos hijos, la princesa Luisa Victoria y el príncipe Emanuel, duque de Vendôme.

En busca de calmar el espíritu de su esposa, el duque de Alençon decidió mudarse a Palermo, a orillas del Mediterráneo, y luego en Merano. En esta última ciudad, Sofía Carlota se enamoró de su médico, Hans Glaser, con tanta pasión que quiso abadonar a su familia y fugarse con este hombre que le aliviaba sus dolores físicos y espirituales.

Cuando el plan fue descubierto, a Alençon no le quedó más remedio que internar a su esposa en un hospital psiquiátrico. Sofía Carlota no salió de allí sino hasta dos años después. Sintiéndose recuperada, se dedicó a las obras de caridad y vivió casi todo el tiempo en un convento de París.

El 4 de mayo de 1897 Sofía Carlota presidía una gran feria de beneficencia, el «Bazar de la Charité», pero durante la proyección de una película de los hermanos Lumiére una chispa provocó de inmediato un incendió. Murieron casi ciento cincuenta personas, carbonizadas y pisoteadas, entre las cuales se encontraban la duquesa.

En lugar de huir, Sofía Carlota había decidido ayudar a escapar a algunas de las jóvenes que trabajaban allí y regresó varias veces al edificio hasta las llamas la alcanzaron y no pudo salir. Cuando recuperaron su cadáver, atrozmente mutilado, estaba tan quemado que sólo su dentista pudo identificarlo por la dentadura. La noticia llegó al otro día a la corte austrohúngara. La hermana, la emperatriz Sissi, destrozada por el dolor, solo atinó a murmurar: «La maldición crece…»

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